27 de marzo Día Mundial del Teatro
Mensaje de Iván García Guerra para este día
El Arte es entendido generalmente como cualquier actividad o
producto realizado por el ser humano con una finalidad estética o comunicativa
mediante la cual se expresan ideas, emociones o, en general, una visión del
mundo, mediante diversos recursos, como los plásticos, lingüísticos, sonoros o
mixtos.
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Iván García Guerra, actor y dramaturgo dominicano. Gran Soberano 2015. |
Puede cumplir diversas funciones, según
la voluntad del propio artista. Puede
estar revestido de una función simbólica cuando pretende trascender su simple
materialidad para ser un símbolo, una forma de expresión o comunicación, un
lenguaje por el cual se expresa una idea que debe ser descifrable para el
público al cual va dirigida.
Puede tener una voluntad crítica, bien
de tipo político, religioso o social, y hacerse eco de las reivindicaciones
generales de cada periodo histórico.
La función del arte fue cuestionada por
el escritor ruso León Tolstoi. En
su texto “¿Qué es el arte?”, escrito en el 1898. Planteó la justificación social de
éste, argumentando que al ser el arte una forma de comunicación sólo será
válido si las emociones que transmite pueden ser compartidas por los
humanos. Para él, la
única justificación válida es la contribución del arte a la fraternidad de
todos: “una obra de arte sólo puede tener valor social cuando transmite valores
de hermandad”, es decir, emociones que impulsen a la unificación de los
pueblos.
Y entonces, para ser justos, lo que se
haga no puede o no debe estar destinado a la propia complacencia, o para
decirlo de manera más contundente: ser una masturbación.
En todo acto de comunicación hay tres
elementos constitutivos sin los cuales este no se produce: a) el emisor, b) el
mensaje y c) el receptor.
Tomando esto en cuenta el arte puede
dividirse en dos grupos: el segmento de las actividades en que el tercer elemento
(el receptor o audiencia) no coincide con el primero (el emisor o el autor) las
artes plásticas, y la literatura; y las del segmento en que para completarse
exige que los dos primeros elementos (el representante del autor y su mensaje)
sean concomitantes con el público: la música, la danza y el teatro,
consideradas artes destinadas a la interpretación..
Una partitura no logra cabalmente ser
música si no es interpretada y escuchada; un plan coreográfico será un
pensamiento o un simple dibujo o descripción si los demás no disfrutan de su
expresividad un texto teatral si no se representa no pasa de ser
literatura. Deberán
entonces coincidir el mensaje y el público en tiempo y espacio.
Refiriéndonos a esta última actividad y
adentrándonos en el propósito de este trabajo, en nuestro país hemos tenido
varios ejemplos de la funcionalidad del arte teatral en creación de valores
sociales.
Primero, los taínos, quienes como los
griegos, fortalecían sus creencias y tradiciones con los “areytos”, rito
prehistórico del teatro antillano con similar aval de los ditirambos
dionisíacos.
En la temprana era de la colonia
española el segundo, cuando Cristóbal de Llerena, un clérigo católico enseño a
sus coetáneos a combatir la desidia gubernamental mediante su ejemplar
“Entremés”.
Otros más cercanos ratifican la
importancia comunicativa de este arte: bajo la dominación haitiana, la
educación nacionalista de La Dramática duartiana mediante, por lo menos, tres
obras. Con ellas se
fortaleció el fervor patriótico liberacionista que culminó con la creación de
nuestra República.
Luego, ya en la era de la Primera
República, Félix María Delmonte se atreve a criticar al déspota Pedro Santana
con su pieza “Duvergé, o Las Víctimas del 11 de Abril”, estableciendo una
tradición de valentía que seguiría defendiendo la
libertad.
Además, más tarde, es utilizada la
artillería teatral contra la primera intervención norteamericana de nuestra
historia en el 1916, con un nutrido grupo de literatos que se convierten
momentáneamente en dramaturgos e intérpretes.
Durante treintaiún años se extiende la
tiranía trujillista, con un amplio silencio dramatúrgico, y ya, cercano el
final tenemos tres muestras de protesta que constituyen otro
ejemplo. La primera
cronológicamente, una presentación en el salón español de la versión de Iván
García Guerra de la tragedia “Julio Cesar” de Shakespeare, que puede
considerarse una invitación al magnicidio con la frase final: “Mischief, thou
art afoot, Take thou what course thou wilt”; traducida como “Maldad ya estás en
pie; sigue el curso que quieras”. Segunda,
la presentación de “Prometeo” de la trilogía “Miedo en un puñado de polvo” de
Héctor Incháustegui Cabral . Y
tercera, la más rotunda e importante, “Espigas Maduras” de Franklin Domínguez ,
la cual, luego de ser estrenada exitosamente en el auditórium de Bellas Artes
recorrió nuestras más importantes provincias, sembrando un mensaje de acción y
valentía.
Más adelante, caída la tiranía, vuelve
a aparecer Franklin Domínguez con sus sátiras, las cuales protestan contra el
golpe de Estado a Juan Bosch y las demás arbitrariedades durante los Doce Años
de Joaquín Balaguer. A
él se unen los arrojados miembros de varios grupos de teatro callejero que se
forman a partir de la llegada al país del venezolano Rómulo Rivas: Gratey, Gayumba, y Las
Cuatro Puntas, conformado este último por las agrupaciones: Teatro Estudiantil,
Teatro Obrero, Tercer Grupo y Círculo Escena, que produjeron espectáculos sin
textos básicos. Mas
otras manifestaciones del mismo estilo: Grupo Tetraico, Hombre Escena, y Grupo
Chispas.
Podemos decir entonces que al menos en
los climáticos momentos de nuestra corta e intensa historia el teatro fue el
principal elemento artístico educativo, creador de conciencias y provocador de
protestas y de acción.
Pero cabe preguntarse: “en los
intermedios y ahora, desde hace demasiado tiempo, ¿qué hace el teatro?”
Durante el breve período que permaneció
el profesor Juan Bosch en la presidencia de la República, se incrementó la
producción dramatúrgica nacional; había ya autores y obras escritas o pensadas
o en el submundo de la inacción; pero de repente pareció eclosionar un
renacimiento no sólo en la disciplina misma, también en los temas y en las
técnicas ya maduras en otras tierras.
Esto, aunque abrió una plétora de
posibilidades reformadoras, forma parte, sin duda, de la arritmia histórica que
insistentemente nos desplaza hacia lo demodé de manera casi endémica a todo lo
largo de nuestra existencia como grupo humano el cual, además del paisaje y el
clima y el aislamiento, comparte sus casi unánimes experiencias, de seguro
porque estamos conformados biológicamente por la tozudez española, la estática
paciencia del africano y la memoria bucólica de los taínos, con variables no
muy significativas en las medidas.
Desde entonces hasta hoy poco se ha
hecho para lograr una forma expresiva que nos represente y se haga útil para
cualquier intento positivo de transformación social.
Muchos de nuestros artistas jóvenes se
han quedad empantanados en el concepto “Ars gratia artis”, expresión latina
traducible como “el arte por la gracia del arte”, “el arte por el arte mismo”
o, más comúnmente, “el arte por el arte”, un principio de la estética idealista
iniciada por Immanuel Kant, en su “Crítica del juicio”, del 1790.
Esto nos conduce, como lo haría un
lazarillo pervertido, hacia extremos desde hace tiempo irritantes: como aquello
del francés Théophile Gautier quien más que sugerir afirmaba que no hay
conexión entre arte y moralidad.
Por supuesto que dentro del usualmente
creciente desaforo de la democracia, un creador tiene plena libertad de plasmar
lo que le venga en gana, al igual que un político la tiene para desgranar sus
sartas de disloques, ambos con la misma culpable anuencia con la que aceptamos
los incongruencias de cualquier fanatismo, religioso, ideológico o
deportivo.
Y está claro que no podemos caer dentro
de los peligrosos extremos de los nazis y los soviéticos quienes, dentro de su
estética preconizaron con estricta obligatoriedad un rígido realismo
militarista, puede que con la mejor intención; pero con un inaceptable abuso de
poder.
Pero tampoco podemos permitir que se
establezcan los patrones mercantilistas como dictadores de las tendencias
artísticas, si queremos que las deseadas transformaciones sociales tengan un
curso beneficioso y creador de radiantes futuros.
Sin duda este arte que puede difundir
ideas afiliadas a la emoción que crea raíces y que reúne amplios públicos es el
arte por excelencia para educar sobre aspectos específicos que interesen al
bien común al que se refería Tolstoi.
Y ahora, en búsqueda de la benéfica
actividad del Arte del Teatro caemos en un tema que, si bien no es el único,
nos ofrece un caudal de oportunidades para redimir el arte y sacudirlo de la
inconsciente y delincuencial aceptación de su inutilidad, sin tener que
recurrir al asunto político ya sea éste ideológico partidista.
Me refiero a los derechos dominicanos
para las personas discapacitadas, entre los cuales destacan: El derecho a la no
distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en su condición de
discapacidad; el derecho a la igualdad de oportunidades; el derecho a una
completa igualdad y protección ante la Ley; el derecho a trabajar, de acuerdo
con sus posibilidades, a recibir salarios que igualitarios que contribuyan a un
estándar de vida adecuado; el derecho a ser tratado con dignidad y respeto.
En el preámbulo de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos puede leerse: “La libertad, la justicia y la
paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y
de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”.
Y según el Código Civil dominicano
puede someterse a la justicia a una institución que no quiera dar servicios a
una persona por su condición de discapacitado. En el artículo se
lee:
“Es función esencial
del Estado, la protección efectiva de los derechos de la persona, el respeto de
su dignidad y la obtención de los medios que le permitan perfeccionarse de
forma igualitaria, equitativa y progresiva, dentro de un marco de libertad
individual y de justicia social, compatibles con el orden público, el bienestar
general y los derechos de todos y todas.” Y el 58 proclama: “El Estado
promoverá, protegerá y asegurará el goce de todos los derechos humanos y
libertades fundamentales de las personas con discapacidad, en condiciones de
igualdad, así como el ejercicio pleno y autónomo de sus capacidades; adoptará
las medidas positivas necesarias para propiciar su integración familiar,
comunitaria, social, laboral, económica, cultural y política”.
Después de esta argumentación legal, y
como una invitación a la sensibilidad o, si se prefiere, como un empujón a la
concientización, recordemos el “Testamento de Heiligenstadt” de aquel
formidable músico sordo, Ludwig Van Beethoven:
“¡Ay, hombres que me juzgan
malevolente, testarudo o misántropo! ¡Cuán equivocados
están!... Desde la
infancia, mi corazón y mi mente estuvieron inclinados hacia el tierno
sentimiento de bondad. Inclusive
me encontré voluntarioso para realizar acciones generosas; pero, reflexionen
que me he visto atacado por una dolencia incurable, agravada por médicos
insensatos; estafado año tras año con la esperanza de una recuperación, y
finalmente me he convencido de que estoy obligado a enfrentar en el futuro una
enfermedad crónica. Nacido
con un temperamento ardiente y vivo, y hasta inclusive susceptible a las
distracciones de la sociedad, fui obligado temprano a aislarme, a vivir en
soledad. Cuando en
algún momento traté de olvidar, duramente fui forzado a reconocer doblemente la
realidad de mi sordera. Era
imposible para mí, decir a los humanos, ¡habla más fuerte!, ¡grita!, porque
estoy sordo. ¡¿Como
podía yo admitir tal flaqueza en un sentido que en mi debiera ser más perfecto
que en otros, un sentido que una vez poseí en la más alta perfección, una
perfección tal como pocos en mi profesión disfrutan o han disfrutado?! Perdónenme si me ven retirarme
cuando yo me mezclaría con ustedes con agrado, mi desgracia es doblemente
dolorosa porque forzosamente… para mí no puede existir la alegría de la
compañía humana, ni los refinados diálogos, ni las mutuas
confidencias. Debo
vivir como un exilado. Y
que humillación, cuando alguien se para a mi lado y oye una flauta a la
distancia, y yo no escucho nada, o alguien oye cantar a un pastor, y yo de
nuevo nada escucho. Estos
incidentes me llevaron al borde de la desesperación. Un poco más y hubiera puesto fin a mi
vida. Sólo el arte me
sostuvo. Me parecía
imposible dejar el mundo hasta haber producido todo lo que yo sentía que estaba
llamado a producir, y sólo entonces soporté esta existencia
miserable. ¡Paciencia! Ahora debo elegir esa virtud para que
me guíe. Espero que mi determinación permanecerá firme para soportar
hasta que a las inexorables parcas les plazca cortar el hilo. Ser Divino, Tú que miras dentro de lo
profundo de mi alma, sabes que el amor al prójimo y el deseo de hacer el bien,
habitan allí. Y
ustedes humanos, cuando algún día sepan de estas palabras, piensen que han sido
injustos conmigo, y dejen que se consuele el desventurado al descubrir que hubo
alguien semejante a él, que a pesar de todos los obstáculos de la naturaleza,
igualmente hizo todo lo que estuvo en sus manos para ser aceptado en la
superior categoría de los artistas y los hombres dignos.”
Esto constituyó una fuerte propulsión
para escribir la obra “Más que palabras”, con la cual se estrenó, en la Sala
Principal del Teatro Nacional, el grupo teatral “Biblio”, que yo fundara con
empleados de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña.
Este conjunto, que cuenta con miembros
discapacitados, ha sido una hermosa muestra de inclusión, o sea, de
participación igualitaria de personas con alguna incapacidad, al lado de otras
regulares. El
público, entonces, no es atraído para ver un espectáculo circense con “gente
rara”; simplemente acude a presenciar una digna actividad artística que se
refiere a problemas humanos y procura justas y necesarias reivindicaciones.
Gracias a mi gente; los dos con
problemas de visión, aprendí que en la República Dominicana un 50.4% de la
población padece de diabetes, hipertensión arterial u otras deficiencias de
salud… Y como
usualmente la gente no va al médico en nuestro país tenemos una gran incidencia
de amputaciones de miembros, hemiplejías y otras enfermedades que aumentan el
ya grande grupo de los discapacitados.
Y esa información fue la base de un
párrafo que decía: “Y que no se crean los que se llaman sanos que están libres
de entrar en ese mundo de carencias. Un accidente de tránsito y hasta un
traspié a la salida de la bañera puede hacer que cualquiera… entre a formar
parte de ese difícil universo.”
En la obra eran representados, además
de Beethoven y su famosísimo “testamento”, Francisco de Goya y Lucientes
(también sordo), Jaime Enrique de Borbón (sordomudo de nacimiento), Hellen
Keller y Alicia Alonzo (ambas ciegas)), Franklin Delano Roosevelt (paralítico),
y Stephen Hawking (sin movimiento en ninguna de sus extremidades). Todos ellos entregaban el testimonio
de sus dificultades.
Y la conclusión era:
“Hay una gran hipocresía detrás o
delante o en el medio de este asunto. ¿Qué es eso de “personas con
necesidades especiales”? De
repente los que no pueden ver ya no son llamados ciegos si no invidentes, los
paralíticos pasan a ser impedidos de la locomoción, los sordos son personas con
problemas de audición, como si se resolviera algo con estos cambios de
denominaciones… ¡Todo
esto es mucho más profundo! Piénsenlo
un poco: impedido es el que no puede; incapacitado es no tener capacidad;
minusvalidez es valer menos. No
importa como lo digamos en el apelativo sigue estando subrepticio el separativo
concepto de inutilidad. De
alguna manera u otra estamos diciendo que solamente servimos los que, aunque
arrastremos los vicios del egoísmo y la estupidez, no tenemos esos problemas
“diversos” o “especiales” como ellos… ¡Y no es así!... No es un asunto de expresiones; es más
que palabras; es cuestión de acción. Hay seres humanos que no pueden ver,
algunos que no logran oír, otros con dificultades para caminar o usar sus
manos; pero hay muchos que no tienen sentimientos, que no comprenden lo que es
amar al prójimo… ¡Amar es
enseñar! Y es
la obligación de cada uno de nosotros abrir la puerta de la esperanza a todos
los que esperan y ansían una vida mejor… Eso, si no somos nosotros mismos
discapacitados, minusválidos, sordos, mancos, paralíticos… ¡del alma!
El artista debe aceptar su
responsabilidad, aunque sea como un intento de agradecer el obsequio que ha
recibido. De no
hacerlo, no pasará de ser un perverso instrumento de los espurios intereses del
egoísmo público.
Iván García Guerra