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A continuación te dejamos la canción que fue compuesta por petición nuestra y que entonamos en las actividades que realizamos cada vez que es posible.

HIMNO AL LIBRO (texto)

HIMNO AL LIBRO (música)

domingo, 26 de marzo de 2017

La igualdad humana en los predios del Teatro

27 de marzo Día Mundial del Teatro


Mensaje de Iván García Guerra para este día

El Arte es entendido generalmente como cualquier actividad o producto realizado por el ser humano con una finalidad estética o comunicativa mediante la cual se expresan ideas, emociones o, en general, una visión del mundo, mediante diversos recursos, como los plásticos, lingüísticos, sonoros o mixtos.
  
Foto de Iván García Guerra en blanco y negro. Fondo negro, abrigo de invierno negro de lana. Sentado hacia el lado derecho con los brazos cruzados a la cintura. Con la cara mirando al frente. Rostro alargado de tez blanca. Pelo cano cortado al ras, frente amplia, cejas regulares, ojos azules, nariz recta y prominente, expresión seria, labios entreabiertos, bigotes y perillas canoso. Orejas grandes.
Iván García Guerra, actor y dramaturgo dominicano. Gran Soberano 2015.
Puede cumplir diversas funciones, según la voluntad del propio artista.   Puede estar revestido de una función simbólica cuando pretende trascender su simple materialidad para ser un símbolo, una forma de expresión o comunicación, un lenguaje por el cual se expresa una idea que debe ser descifrable para el público al cual va dirigida.

Puede tener una voluntad crítica, bien de tipo político, religioso o social, y hacerse eco de las reivindicaciones generales de cada periodo histórico.
  
La función del arte fue cuestionada por el escritor ruso León Tolstoi.   En su texto “¿Qué es el arte?”, escrito en el 1898. Planteó la justificación social de éste, argumentando que al ser el arte una forma de comunicación sólo será válido si las emociones que transmite pueden ser compartidas por los humanos.   Para él, la única justificación válida es la contribución del arte a la fraternidad de todos: “una obra de arte sólo puede tener valor social cuando transmite valores de hermandad”, es decir, emociones que impulsen a la unificación de los pueblos.

Y entonces, para ser justos, lo que se haga no puede o no debe estar destinado a la propia complacencia, o para decirlo de manera más contundente: ser una masturbación.

En todo acto de comunicación hay tres elementos constitutivos sin los cuales este no se produce: a) el emisor, b) el mensaje y c) el receptor.

Tomando esto en cuenta el arte puede dividirse en dos grupos: el segmento de las actividades en que el tercer elemento (el receptor o audiencia) no coincide con el primero (el emisor o el autor) las artes plásticas, y la literatura; y las del segmento en que para completarse exige que los dos primeros elementos (el representante del autor y su mensaje) sean concomitantes con el público: la música, la danza y el teatro, consideradas artes destinadas a la interpretación..

Una partitura no logra cabalmente ser música si no es interpretada y escuchada; un plan coreográfico será un pensamiento o un simple dibujo o descripción si los demás no disfrutan de su expresividad un texto teatral si no se representa no pasa de ser literatura.   Deberán entonces coincidir el mensaje y el público en tiempo y espacio.

Refiriéndonos a esta última actividad y adentrándonos en el propósito de este trabajo, en nuestro país hemos tenido varios ejemplos de la funcionalidad del arte teatral en creación de valores sociales.
  
Primero, los taínos, quienes como los griegos, fortalecían sus creencias y tradiciones con los “areytos”, rito prehistórico del teatro antillano con similar aval de los ditirambos dionisíacos.  
En la temprana era de la colonia española el segundo, cuando Cristóbal de Llerena, un clérigo católico enseño a sus coetáneos a combatir la desidia gubernamental mediante su ejemplar “Entremés”.

Otros más cercanos ratifican la importancia comunicativa de este arte: bajo la dominación haitiana, la educación nacionalista de La Dramática duartiana mediante, por lo menos, tres obras.   Con ellas se fortaleció el fervor patriótico liberacionista que culminó con la creación de nuestra República.
   
Luego, ya en la era de la Primera República, Félix María Delmonte se atreve a criticar al déspota Pedro Santana con su pieza “Duvergé, o Las Víctimas del 11 de Abril”, estableciendo una tradición de valentía que seguiría defendiendo la libertad.
     
Además, más tarde, es utilizada la artillería teatral contra la primera intervención norteamericana de nuestra historia en el 1916, con un nutrido grupo de literatos que se convierten momentáneamente en dramaturgos e intérpretes.

Durante treintaiún años se extiende la tiranía trujillista, con un amplio silencio dramatúrgico, y ya, cercano el final tenemos tres muestras de protesta que constituyen otro ejemplo.   La primera cronológicamente, una presentación en el salón español de la versión de Iván García Guerra de la tragedia “Julio Cesar” de Shakespeare, que puede considerarse una invitación al magnicidio con la frase final: “Mischief, thou art afoot, Take thou what course thou wilt”; traducida como “Maldad ya estás en pie; sigue el curso que quieras”.   Segunda, la presentación de “Prometeo” de la trilogía “Miedo en un puñado de polvo” de Héctor Incháustegui Cabral .   Y tercera, la más rotunda e importante, “Espigas Maduras” de Franklin Domínguez , la cual, luego de ser estrenada exitosamente en el auditórium de Bellas Artes recorrió nuestras más importantes provincias, sembrando un mensaje de acción y valentía.

Más adelante, caída la tiranía, vuelve a aparecer Franklin Domínguez con sus sátiras, las cuales protestan contra el golpe de Estado a Juan Bosch y las demás arbitrariedades durante los Doce Años de Joaquín Balaguer.   A él se unen los arrojados miembros de varios grupos de teatro callejero que se forman a partir de la llegada al país del venezolano  Rómulo Rivas: Gratey, Gayumba, y Las Cuatro Puntas, conformado este último por las agrupaciones: Teatro Estudiantil, Teatro Obrero, Tercer Grupo y Círculo Escena, que produjeron espectáculos sin textos básicos.   Mas otras manifestaciones del mismo estilo: Grupo Tetraico, Hombre Escena, y Grupo Chispas.

Podemos decir entonces que al menos en los climáticos momentos de nuestra corta e intensa historia el teatro fue el principal elemento artístico educativo, creador de conciencias y provocador de protestas y de acción.

Pero cabe preguntarse: “en los intermedios y ahora, desde hace demasiado tiempo, ¿qué hace el teatro?”

Durante el breve período que permaneció el profesor Juan Bosch en la presidencia de la República, se incrementó la producción dramatúrgica nacional; había ya autores y obras escritas o pensadas o en el submundo de la inacción; pero de repente pareció eclosionar un renacimiento no sólo en la disciplina misma, también en los temas y en las técnicas ya maduras en otras tierras.

Esto, aunque abrió una plétora de posibilidades reformadoras, forma parte, sin duda, de la arritmia histórica que insistentemente nos desplaza hacia lo demodé de manera casi endémica a todo lo largo de nuestra existencia como grupo humano el cual, además del paisaje y el clima y el aislamiento, comparte sus casi unánimes experiencias, de seguro porque estamos conformados biológicamente por la tozudez española, la estática paciencia del africano y la memoria bucólica de los taínos, con variables no muy significativas en las medidas.
  
Desde entonces hasta hoy poco se ha hecho para lograr una forma expresiva que nos represente y se haga útil para cualquier intento positivo de transformación social.

Muchos de nuestros artistas jóvenes se han quedad empantanados en el concepto “Ars gratia artis”, expresión latina traducible como “el arte por la gracia del arte”, “el arte por el arte mismo” o, más comúnmente, “el arte por el arte”, un principio de la estética idealista iniciada por Immanuel Kant, en su “Crítica del juicio”, del 1790.

Esto nos conduce, como lo haría un lazarillo pervertido, hacia extremos desde hace tiempo irritantes: como aquello del francés Théophile Gautier quien más que sugerir afirmaba que no hay conexión entre arte y moralidad.

Por supuesto que dentro del usualmente creciente desaforo de la democracia, un creador tiene plena libertad de plasmar lo que le venga en gana, al igual que un político la tiene para desgranar sus sartas de disloques, ambos con la misma culpable anuencia con la que aceptamos los incongruencias de cualquier fanatismo, religioso, ideológico o deportivo.
  
Y está claro que no podemos caer dentro de los peligrosos extremos de los nazis y los soviéticos quienes, dentro de su estética preconizaron con estricta obligatoriedad un rígido realismo militarista, puede que con la mejor intención; pero con un inaceptable abuso de poder.

Pero tampoco podemos permitir que se establezcan los patrones mercantilistas como dictadores de las tendencias artísticas, si queremos que las deseadas transformaciones sociales tengan un curso beneficioso y creador de radiantes futuros.

Sin duda este arte que puede difundir ideas afiliadas a la emoción que crea raíces y que reúne amplios públicos es el arte por excelencia para educar sobre aspectos específicos que interesen al bien común al que se refería Tolstoi.

Y ahora, en búsqueda de la benéfica actividad del Arte del Teatro caemos en un tema que, si bien no es el único, nos ofrece un caudal de oportunidades para redimir el arte y sacudirlo de la inconsciente y delincuencial aceptación de su inutilidad, sin tener que recurrir al asunto político ya sea éste ideológico partidista.
  
Me refiero a los derechos dominicanos para las personas discapacitadas, entre los cuales destacan: El derecho a la no distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en su condición de discapacidad; el derecho a la igualdad de oportunidades; el derecho a una completa igualdad y protección ante la Ley; el derecho a trabajar, de acuerdo con sus posibilidades, a recibir salarios que igualitarios que contribuyan a un estándar de vida adecuado; el derecho a ser tratado con dignidad y respeto.

En el preámbulo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos puede leerse: “La libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana”.

Y según el Código Civil dominicano puede someterse a la justicia a una institución que no quiera dar servicios a una persona por su condición de discapacitado.   En el artículo se lee: 
 Es función esencial del Estado, la protección efectiva de los derechos de la persona, el respeto de su dignidad y la obtención de los medios que le permitan perfeccionarse de forma igualitaria, equitativa y progresiva, dentro de un marco de libertad individual y de justicia social, compatibles con el orden público, el bienestar general y los derechos de todos y todas.”   Y el 58 proclama: “El Estado promoverá, protegerá y asegurará el goce de todos los derechos humanos y libertades fundamentales de las personas con discapacidad, en condiciones de igualdad, así como el ejercicio pleno y autónomo de sus capacidades; adoptará las medidas positivas necesarias para propiciar su integración familiar, comunitaria, social, laboral, económica, cultural y política”.
Después de esta argumentación legal, y como una invitación a la sensibilidad o, si se prefiere, como un empujón a la concientización, recordemos el “Testamento de Heiligenstadt” de aquel formidable músico sordo, Ludwig Van Beethoven:
¡Ay, hombres que me juzgan malevolente, testarudo o misántropo!   ¡Cuán equivocados están!...   Desde la infancia, mi corazón y mi mente estuvieron inclinados hacia el tierno sentimiento de bondad.   Inclusive me encontré voluntarioso para realizar acciones generosas; pero, reflexionen que me he visto atacado por una dolencia incurable, agravada por médicos insensatos; estafado año tras año con la esperanza de una recuperación, y finalmente me he convencido de que estoy obligado a enfrentar en el futuro una enfermedad crónica.   Nacido con un temperamento ardiente y vivo, y hasta inclusive susceptible a las distracciones de la sociedad, fui obligado temprano a aislarme, a vivir en soledad.   Cuando en algún momento traté de olvidar, duramente fui forzado a reconocer doblemente la realidad de mi sordera.   Era imposible para mí, decir a los humanos, ¡habla más fuerte!, ¡grita!, porque estoy sordo.   ¡¿Como podía yo admitir tal flaqueza en un sentido que en mi debiera ser más perfecto que en otros, un sentido que una vez poseí en la más alta perfección, una perfección tal como pocos en mi profesión disfrutan o han disfrutado?!   Perdónenme si me ven retirarme cuando yo me mezclaría con ustedes con agrado, mi desgracia es doblemente dolorosa porque forzosamente… para mí no puede existir la alegría de la compañía humana, ni los refinados diálogos, ni las mutuas confidencias.   Debo vivir como un exilado.   Y que humillación, cuando alguien se para a mi lado y oye una flauta a la distancia, y yo no escucho nada, o alguien oye cantar a un pastor, y yo de nuevo nada escucho.   Estos incidentes me llevaron al borde de la desesperación.   Un poco más y hubiera puesto fin a mi vida.   Sólo el arte me sostuvo.   Me parecía imposible dejar el mundo hasta haber producido todo lo que yo sentía que estaba llamado a producir, y sólo entonces soporté esta existencia miserable.   ¡Paciencia!   Ahora debo elegir esa virtud para que me guíe.  Espero que mi determinación permanecerá firme para soportar hasta que a las inexorables parcas les plazca cortar el hilo.  Ser Divino, Tú que miras dentro de lo profundo de mi alma, sabes que el amor al prójimo y el deseo de hacer el bien, habitan allí.   Y ustedes humanos, cuando algún día sepan de estas palabras, piensen que han sido injustos conmigo, y dejen que se consuele el desventurado al descubrir que hubo alguien semejante a él, que a pesar de todos los obstáculos de la naturaleza, igualmente hizo todo lo que estuvo en sus manos para ser aceptado en la superior categoría de los artistas y los hombres dignos.”
Esto constituyó una fuerte propulsión para escribir la obra “Más que palabras”, con la cual se estrenó, en la Sala Principal del Teatro Nacional, el grupo teatral “Biblio”, que yo fundara con empleados de la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña.

Este conjunto, que cuenta con miembros discapacitados, ha sido una hermosa muestra de inclusión, o sea, de participación igualitaria de personas con alguna incapacidad, al lado de otras regulares.   El público, entonces, no es atraído para ver un espectáculo circense con “gente rara”; simplemente acude a presenciar una digna actividad artística que se refiere a problemas humanos y procura justas y necesarias reivindicaciones.
    
Gracias a mi gente; los dos con problemas de visión, aprendí que en la República Dominicana un 50.4% de la población padece de diabetes, hipertensión arterial u otras deficiencias de salud…    Y como usualmente la gente no va al médico en nuestro país tenemos una gran incidencia de amputaciones de miembros, hemiplejías y otras enfermedades que aumentan el ya grande grupo de los discapacitados.
  
Y esa información fue la base de un párrafo que decía: “Y que no se crean los que se llaman sanos que están libres de entrar en ese mundo de carencias.   Un accidente de tránsito y hasta un traspié a la salida de la bañera puede hacer que cualquiera… entre a formar parte de ese difícil universo.”

En la obra eran representados, además de Beethoven y su famosísimo “testamento”, Francisco de Goya y Lucientes (también sordo), Jaime Enrique de Borbón (sordomudo de nacimiento), Hellen Keller y Alicia Alonzo (ambas ciegas)), Franklin Delano Roosevelt (paralítico), y Stephen Hawking (sin movimiento en ninguna de sus extremidades).   Todos ellos entregaban el testimonio de sus dificultades.

Y la conclusión era:

Hay una gran hipocresía detrás o delante o en el medio de este asunto.   ¿Qué es eso de “personas con necesidades especiales”?   De repente los que no pueden ver ya no son llamados ciegos si no invidentes, los paralíticos pasan a ser impedidos de la locomoción, los sordos son personas con problemas de audición, como si se resolviera algo con estos cambios de denominaciones…    ¡Todo esto es mucho más profundo!   Piénsenlo un poco: impedido es el que no puede; incapacitado es no tener capacidad; minusvalidez es valer menos.   No importa como lo digamos en el apelativo sigue estando subrepticio el separativo concepto de inutilidad.   De alguna manera u otra estamos diciendo que solamente servimos los que, aunque arrastremos los vicios del egoísmo y la estupidez, no tenemos esos problemas “diversos” o “especiales” como ellos…   ¡Y no es así!...  No es un asunto de expresiones; es más que palabras; es cuestión de acción.   Hay seres humanos que no pueden ver, algunos que no logran oír, otros con dificultades para caminar o usar sus manos; pero hay muchos que no tienen sentimientos, que no comprenden lo que es amar al prójimo…  ¡Amar es enseñar!    Y es la obligación de cada uno de nosotros abrir la puerta de la esperanza a todos los que esperan y ansían una vida mejor…   Eso, si no somos nosotros mismos discapacitados, minusválidos, sordos, mancos, paralíticos…   ¡del alma!

El artista debe aceptar su responsabilidad, aunque sea como un intento de agradecer el obsequio que ha recibido.   De no hacerlo, no pasará de ser un perverso instrumento de los espurios intereses del egoísmo público.

Iván García Guerra

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